30 de junio de 2025
Entre el crujir de los glaciares y los gritos de los pingüinos, un nuevo sonido se cuela en la banda sonora en Ardley, una pequeña isla al suroeste de la Península Antártica. Es el ronroneo constante de generadores eléctricos.
Aunque la presencia humana directa en esta Área Antártica Especialmente Protegida (ASPA N°150) está restringida, el sonido producido a kilómetros de distancia atraviesa el aire y se cuela en su paisaje natural.
Una reciente investigación conjunta entre la Universidad de la República (Uruguay) y la Universitat Pompeu Fabra (España), publicada en Ecological Informatics, confirmó que este ruido es claramente audible desde la isla.
La isla que dejó de sonar como antes
En la Antártica hay un rincón que solía ser sinónimo de silencio: la isla Ardley. Rodeada de hielo y mar, este pequeño territorio es una zona especialmente protegida, hogar de pingüinos, petreles y focas que vienen a reproducirse, mudar su piel o simplemente descansar.
La investigación registró el ambiente sonoro de la isla durante los veranos de 2022 y 2023. Utilizaron dos dispositivos de grabación: uno instalado en la misma isla y otro en la Península Fildes, un polo logístico con varias bases científicas, donde está el generador en cuestión.
Bajo ciertas condiciones de viento, ese zumbido viaja hasta la isla e irrumpe en su ecosistema acústico.
Al respecto, el estudio explica que aunque para humanos suena como un motor lejano, para la fauna antártica podría ser una fuente de estrés crónico.
Cuando el ruido llega antes que las personas
Ardley no es cualquier pedazo de tierra helada. Alberga colonias de aves marinas como pingüinos de barbijo y papúa, petreles y skuas, además de mamíferos como lobos marinos, elefantes marinos y focas que llegan a la isla a reproducirse o mudar su piel.
El investigador agrega que los animales también pueden desarrollar pérdidas de audición o ver incrementados sus niveles de la hormona del estrés o de hipertensión.
Además, el estudio remarca que los efectos del ruido se perciben aunque no haya humanos presentes físicamente. Esto contradice el enfoque tradicional de manejo ambiental en la Antártica, centrado casi exclusivamente en limitar el acceso humano directo.
El viento lo trae, la ciencia lo escucha
Uno de los puntos clave del estudio es que el generador no está dentro de la zona protegida, sino fuera. El equipo propone incluir la contaminación acústica en los planes de manejo ambiental de las áreas protegidas de la Antártica.
La Antártica no necesita más visitantes para seguir sintiendo nuestra presencia. A veces basta con un motor que zumba sin descanso. El viento lo arrastra, la fauna lo percibe, y la ciencia —por suerte— también lo escucha.
Este estudio, más que una alarma, es una oportunidad para prestar atención a lo que no vemos, pero que suena fuerte en el equilibrio natural de lugares remotos como la Antártica.
Fuentes y referencias de la noticia:
- Anzibar M., et all. (2025). Detection of anthropogenic noise pollution as a possible chronic stressor in Antarctic Specially Protected Area N°150, Ardley Island. Ecological Informatics.
- Irene Peiró de la UPF. (2025). Noise pollution could cause stress to and disrupt the fauna of Antarctica, according to a study by Udelar and UPF. Publicado en la web de la Institución.
Fuente: meteored.cl
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