5 de enero de 2024
En medio de la ola de violencia delictual que se va extiendo por todo el país, y no sólo con delitos de sangre, sino también con los delitos de los corruptos en sus oficinas y papeleos -esos delitos llamados “de cuello y corbata”-, hay muchos que piensan que este mundo no tiene arreglo y que pertenece a los violentos y a los sinvergüenzas, y también a los arribistas que hacen de la vida un espectáculo. Entonces, esos que piensan que esto no tiene arreglo viven encerrados en su pequeño mundito y amargados.
Lo único que nos sana del mal de la amargura es mirar a nuestro alrededor en la vida cotidiana de la gente común y corriente. Volver a mirar con atención a nuestros vecinos, compañeros de trabajo y a tanta gente que encontramos cada día; gente que entiende poco o nada de los grandes problemas del mundo o de la sociedad, pero que sí los sufren mientras con duro trabajo se ganan el pan de cada día. Mirando con atención en nuestro entorno, fijándonos en lo que viven la mayoría de las personas y en el modo en que lo viven podemos encontrar un tesoro maravilloso, ese tesoro que llamamos “gente buena”. Es esa gente buena la que puede sanar la amargura y devolvernos la confianza necesaria para vivir, y vivir con ilusión.
No es fácil definir a la gente buena, pero cuando la vemos la reconocemos y nos damos cuenta que están siempre junto a nosotros. Pero, hay que mirar, y mirar con atención, porque el bien y la bondad de la gente buena no hacen ruido, pero están allí cada día. La gente buena es como un bosque que está lleno de vida y crece sin hacer ruido, mientras un árbol que se cae provoca un gran estruendo que asusta y acapara toda la atención. La vida no está en el árbol que cae, sino en el bosque que crece silenciosamente.
Mirando a nuestro alrededor podemos reconocer que estamos rodeados de gente buena; rodeados de personas honestas, decentes y trabajadoras, que con esfuerzo procuran hacer una buena vida con su familia, que son solidarios de verdad y están disponibles para ayudar a otros. No cuesta mucho reconocer a la gente buena porque son personas sencillas y acogedoras, saben escuchar, tienen una mirada serena y una sonrisa fácil que deshiela cualquier frialdad, y sabemos que en esa gente podemos confiar.
En la población en que vivo, miro a mi alrededor y doy gracias a Dios porque estoy rodeado de mucha gente buena, y a muchos de ellos los miro con admiración por el modo en que viven, el modo en que se relacionan con otros, como saben ponerse en el lugar de los demás y se ocupan discretamente de quienes lo están pasando mal. Gente buena que saca tiempo y cariño para ocuparse de los asuntos de la población, participar en la vida de su comunidad cristiana, y acompañar o asistir a quienes están más solos. Claro que, también en mi población pasa lo mismo que en los barrios lujosos o exclusivos condominios: hay gente difícil y hay algunos que no tienen los trigos limpios, pero la gente buena es la inmensa mayoría.
Esta admirable gente buena que nos rodea en la vida de cada día atraviesa toda la sociedad. La gente buena no es una clase social, sino que es transversal a toda la sociedad, porque se trata de una actitud interior y es la cualidad de un corazón que anida valores profundos de respeto, de compasión y solidaridad, y esto puede encontrarse en todos los niveles económicos, sociales o intelectuales. No toda la gente buena que conozco son personas religiosas, pero muchos sí lo son y no hacen ningún alarde de ello, sino que viven confiando en el amor del Señor que los acompaña cada día. Toda la gente buena, sean cristianos o no, es gente sencilla y cercana que brillan por sus virtudes y los valores que viven.
Alguna vez leí que el valor de un pueblo se mide por la cantidad de gente buena que es capaz de producir, y estoy muy de acuerdo con eso. Nuestra vida como sociedad y como país funciona gracias a toda esa buena que nos rodea, a pesar de los delincuentes y de los corruptos. Desde mi limitada experiencia, comparto lo que decía el gran filósofo y político italiano Norberto Bobbio, que el valor de una sociedad no se mide por su buen ordenamiento jurídico sino por las virtudes que viven los ciudadanos.
La gente buena y laboriosa que nos rodea vive de virtudes, por eso pueden sanar a los desencantados o a los que destilan amargura, si éstos saben mirarlos y reconocerlos. La gente buena cada día nos da razones para vivir en la esperanza de ser mejores y de algo mejor para todos. Gracias a Dios, es mucha la gente buena.
5 de enero de 2024
Soy reportero.
Soy reportero.