7 de julio de 2025
En Chile las comunidades palestinas y judías son valoradas y respetadas, no sólo por la contribución que han hecho al país, sino por los lazos de amistad que han ido tejiendo por décadas entre ellos y la sociedad.
Nuestros vínculos son de larga data en colegios y universidades, en hospitales y en clínicas, en la cultura, en la academia y en la política, en el vecindario y en los negocios. También se han generado vínculos familiares.
¿Tendremos el arrojo, la valentía y la madurez para no traspasar los dolores y rencores que ha suscitado el grave conflicto en Medio Oriente a los más jóvenes que hoy comparten una misma sala de clases, un mismo barrio, un mismo ideal de vida, como aconteció con muchos de los que estamos aquí? Es una herencia que las futuras generaciones no se merecen.
La invitación de esta noche es a conservar y a proteger lo que nos une, la fe en Dios, la familia, el anhelo de una paz duradera, y a agradecer el vivir en Chile, país bendito y generoso.
Y es posible, sí, es posible, porque antes de ser chileno, palestino, israelí, africano, nativo o inmigrante; antes de ser católico, judío, o musulmán; antes de declararse ateo o agnóstico; antes de ser hombre o mujer; docto o ignorante, somos seres humanos. Eso es lo que tenemos en común cada uno de los que está aquí.
Nuestra humanidad es lo que nos hace llorar frente al horror, alegrarnos ante la belleza, y siempre y bajo toda circunstancia llamados a respetarnos y cuidarnos.
Es esa condición humana compartida la que nos reviste de una inalienable dignidad que hace que seamos alguien y no algo; una persona y no una cosa; un tesoro único con valor y no con precio.
El solo mirarnos nos recuerda que somos una riqueza insondable que remite a Dios, que nos ha creado por amor, para el amor, y nos quiere llenos de vida y felicidad. La muerte de uno, de cualquiera, del que sea, lo conozca o no, nos disminuye, nos empobrece, nos lastima y nos saca lágrimas. Cada ausencia, toda ausencia, siempre va a empobrecer al mundo. ¡Cuántas lágrimas derramadas en estos tiempos! ¡Cuántas muertes se pudieron haber evitado! No hay palabras para consolar a quien perdió a un ser querido o llora a un cautivo. No las hay. Tal vez por eso venimos en silencio, acongojados, abatidos e impotentes, a darle paso a la música. El que canta, ora dos veces, dice San Agustín
La violencia en todas sus formas es un fracaso, y siempre lo será. La violencia genera más violencia y su espiral sólo trae más muerte, más odio, más deshumanización.
Me pregunto, ¿existirá entre quienes ostentan el poder la voluntad de terminar con la guerra? Eso es lo que el mundo entero pide, que termine la violencia y se camine por el sendero de la paz. Pero también hay que preguntarse ¿existirá entre nosotros la tenacidad de promover acciones que promuevan el diálogo por la paz?
Este concierto es un acto de rebeldía de quienes queremos con nuestras vidas tender lazos de diálogo, como lo ha pedido insistentemente el Papa Francisco y el Papa León XIV.
Permítannos creer que es posible cultivar la esperanza en un jardín de tristezas que nos duele hasta el alma y nos hace gritar:
“Desde lo más profundo te invoco, Señor,
¡Señor, oye mi voz!
Estén tus oídos atentos
al clamor de mi plegaria” (Sal 130).
No nos pidan, a los que aquí estamos, otra cosa que generar puentes, y creer firmemente que si sembramos amor donde no hay, cosecharemos amor.
No nos pidan no estar convencidos de que el bien prevalecerá sobre el mal.
No nos pidan no creer lo que anuncia el profeta: “les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo” (Ez 36,26).
No nos pidan no creer que Dios rico y providente tiene para todos un lugar seguro para vivir y desarrollarse en armonía y en paz.
Gracias. Muchas veces muchas gracias. Cómo agradezco que estén aquí para decir solo con su presencia, la paz es posible porque encontrarnos lo es.
Con comparsas, batucadas, carros alegóricos y un multitudinario concierto final, el Carnaval de Invierno 2025 reunió a miles de vecinos y turistas en la Costanera de Punta Arenas.
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