28 de mayo de 2013
Abro la puerta de la cocina y recibo una bocanada caliente de olor a hogar, el antiguo perfume de las viejas estufas a gas, vetustas cajas metálicas que antaño fueron comadronas a carbón y leña y que hoy sobreviven gracias al cuidado de las abuelas, a la virutilla de las madres y el incansable trabajo de las hijas y las nietas.
En la Patagonia, como en muchos rincones provincianos del país y del mundo, la sabiduría doméstica se transmite lentamente, diariamente, de abuela a nieta, de suegra a nuera y de madre a hija, como un relato dicho suavemente casi al oido para que vayas aprendiendo.
En el país de las estufas, la cocina es reina.
Afuera arrecia el invierno austral que llega cabalgando en nubarrones espesos y que deja pasar chubascos de aguanieve, granizos inesperados en febrero, vientos huracanados en octubre o ventiscas desatadas en julio en el incierto camino que une (¿o separa?) a Punta Arenas de Puerto Natales o a Porvenir de Cerro Sombrero. En Magallanes hacer patria es caminar por una esquina con un viento en contra de 120 kilometros por hora y pararse un instante a saludar a un amigo con un hoola estee mientras se sujetan las boinas o los sombreros.
Solo tu sabes que está granizando en Punta Arenas o en Porvenir (porque eso no será nunca noticia en algún noticiero de televisión de Santiago), porque sientes que caen como piedras los trozos de hielo desde el cielo enfurecido y golpean intensamente las latas del techo, para que no te olvides de ponerte tu parka más abrigada y tus botas más altas y achiporradas.
En el país de las estufas, la cocina es el centro de la conversación y de la familia.
Entro a la cocina magallánica, reino cálido y absoluto de las mujeres australes, territorio de conversaciones interminables, espacio del mate y de las ollas, donde todos hablan distintas charlas y temas mientras en el viejo radiotransistor Sony (esos del Puerto Libre ) se escuchan todavía los Mensajes para el Campo de Radio Polar.
Pasa por mis recuerdos sorprendentes el salado aroma del cochayuyo seco, el intenso ajo que cuelga en la despensa, las cebollas lloronas, el luche y el costillar ahumado de cerdo.
¡Cambio gratis 10 años de hamburguesas envasadas, por una poderosa cazuela de luche con chuletas de cordero y papas de la huerta!
Me quedo sentado en esta cocina imaginaria, tan nuestra y verdadera. Aquí huele a harina y a levadura. Huele a amasijo y a masa leudando. La nieta curiosa aprende a trabajar la masa mientras la abuela imparte las instrucciones, en una lección de gastronomía patagónica y magallánica que no se le olvidará hasta el fin de sus tardes.
Sube en el aire cálido de la cocina el aroma redondo de las sopaipillas recién fritas, que vendrán a acompañar en silencio al más poderoso café cargado que haya imaginado algún friolento desprevenido. Pueden ser pasadas en chancaca o fritas en el aceite para servirse directamente, aunque se me queme la lengua de alegría.
CIUDADANO POLAR
Punta Arenas (Magallanes, el país de las estufas prendidas), martes 28 de mayo de 2013.
Proyecto contempla infraestructura de 56 kilómetros de longitud para su distribución en la ciudad de Porvenir.
Proyecto contempla infraestructura de 56 kilómetros de longitud para su distribución en la ciudad de Porvenir.