28 de junio de 2014
Aparentemente había un cierto consenso en el Mundial, si es que el en fútbol se puede hablar de acuerdo, sobre la necesidad de que Luis Suárez fuera sancionado de forma inequívoca por morder a Chiellini. El sentido común invitaba a aplicar el reglamento de inmediato, conceder el derecho de apelar al castigado y zanjar sin mayor dilación un asunto que con el tiempo se ha convertido en un show que ha trascendido a la Copa.
No se ha hablado del castigo que merecía propiamente el futbolista sino que se ha recordado su infancia difícil, sus problemas con el alcohol y su currículo penitenciario en el Ajax y en el Liverpool. Ya son tres las veces que Luis Suárez ha mordido a un futbolista del equipo rival e incluso se ha sabido que un aficionado noruego ha ganado su dinero después de apostar a que el uruguayo volvería a clavar sus dientes a un zaguero.
Las redes sociales se han llenado de chistes, bromas y fotomontajes sobre Suárez, comparado con Drácula o Hannibal Lecter, invitado a acudir a un psicólogo o a un veterinario. El escarnio sobre el personaje ha sido a menudo tan excesivo como la defensa irracional que los uruguayos han hecho de su ilustre ciudadano, desde el presidente Mujica al capitán Lugano pasando por el seleccionador Tabárez.
Negar la evidencia y convertir una infracción futbolística en un asunto de Estado no ha sido tampoco la mejor defensa de Suárez. El caso desbordó el ámbito deportivo y se escapó por tanto a su control y muy especialmente al de la FIFA, que juzgó al jugador como futbolista y ciudadano y, de paso, castigó de forma indirecta al Liverpool, su actual club, mientras no hay compensación alguna para el perjudicado, que es Italia.
A Suárez se le puede condenar con nueve o más partidos y multarle con 82.000 euros o 200.000 de acuerdo a la justicia deportiva, siempre discutible. Suspenderle de cualquier actividad vinculada con el fútbol cuatro meses, en cambio, es menos razonable y más parece una pena contra un delincuente, al que como tal le está prohibida la entrada a la cancha. Aunque se le ha señalado como un hooligan, no se prohíbe en cambio su traspaso.
Hay que mantener el negocio y aplicar el fair play. Así es de hipócrita la FIFA, de nuevo populista y arbitraria: no se sabe por qué meter el dedo en un ojo, dar un codazo, pegar un cabezazo o romper la tibia y el peroné sale más barato que un mordisco. El máximo organismo futbolístico ha perdido cualquier autoridad moral desde que no sanciona la corrupción de sus miembros y ejemplariza sin criterio los castigos a los jugadores.
Luis Suárez merece ser sancionado como futbolista, pero precisa de atención como persona, y la FIFA no es precisamente el mejor doctor. La sanción no solo es desproporcionada sino que suena a populista, propia del show mediático que mueve al fútbol y, sobre todo, a sus rectores, aquellos que convierten la administración y aplicación de la pena en más noticia que la falta.
(Por Ramón Besa)
La Campaña del Juguete 2024 superó las cifras del año pasado gracias al compromiso de todos.
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