14 de agosto de 2023
En Chile, desde un par de décadas que la tendencia a tener cada vez menos hijos se profundiza aún más. Las razones para postergar la maternidad se anteponen a la hora de enfrentar el desarrollo personal y profesional de una mujer en edad fértil. Sin embargo, los registros sociodemográficos muestran que esta tendencia se agudizó hasta su punto mínimo histórico, sobre todo durante el primer año de pandemia.
De acuerdo al Anuario de Estadísticas Vitales 2020, publicado por el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), ese año hubo 194.978 nacimientos, de los cuales el 51,25% correspondió a hombres (99.923), el 48,74% fueron mujeres (95.036) y el 0,01% fueron sexo indeterminado (19). La cifra implicó un descenso de 7,24% respecto a 2019. ¿Existen formas de revertir este escenario, o la población de Chile está inevitablemente condenada a envejecer y reducir su número poco a poco?
De estos datos se desprende, además, unas preocupante cifra: la Tasa Global de Fecundidad (TGF) llegó a su mínimo histórico en Chile. Ésta se define, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), como el número de hijos que en promedio tendría cada mujer a lo largo del período fértil. De acuerdo a los datos de Estadísticas Vitales, este indicador mostró que en Chile existe una fecundidad de 1,3 hijos por mujer, la más baja desde que se ha tenido registro.
¿Qué significa esto? “Cuando se concibe un bebé, la probabilidad de que sea hombre o mujer es más o menos del 50%. Entonces, se necesita que cada mujer tenga por lo menos dos hijos, porque eso garantizaría probabilísticamente que en términos generales que todas las potenciales madres van a estar en la mismas condiciones reproductivas, y eso hace que la población crezca, se recambie y perpetúe”, establece el epidemiólogo y académico de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Chile, Gabriel Cavada.
En otras palabras, cuando la TGF baja de 2, irremediablemente la población se reduce. Probabilísticamente van a haber más mujeres o más hombres, y eso baja la cantidad de parejas reproductivas.
Cavada profundiza este fenómeno y explica que el efecto pandémico hizo que esta tasa bajara más de lo presupuestado. “Ahora, buscarle una causa a eso es bien arriesgado, porque uno pensaría que al estar más tiempo en la casa, las parejas iban a tener más guaguas. Pero, pueden haber algunas condicionantes, y es que sobre todo en 2020 el ingreso de la pandemia nos puso en una situación de inestabilidad en términos del horizonte económico”, reflexiona.
La doctora en Sociología y académica de la Universidad Católica, Viviana Salinas, complementó a Qué Pasa que durante la pandemia se pensó que las parejas podrían reproducirse más. “Aunque es súper interesante preguntarse qué pasó con el acceso y uso de anticonceptivos en la pandemia, en la práctica vemos que el aumento de la fecundidad no ocurrió”, dijo.
Históricamente, a los eventos que implican un aumento de la mortalidad, como las pandemias, o las guerras, le han seguido caídas en la fecundidad, que después de algunos años se recuperan.
Hay varias razones para explicar este fenómeno. Salinas, por ejemplo, teoriza que una de las claves ha sido la desaceleración económica que generó la pandemia, que tiene el potencial de afectar las intenciones de tener hijos, “ya sea respecto de cuándo tenerlos o de cuántos”.
¿Qué tan antiguo es este fenómeno en Chile? De acuerdo a un estudio realizado por el Departamento de Salud Pública y Epidemiología de la Universidad de los Andes, la TFG se redujo de 3,4 a 1,9 hijos por mujer entre 1970 y 2010. Entre 1960 y 2011, este índice disminuyó de 5,5 a 1,9 en Chile y la primera inflexión se produjo en 1970, cuando la mano de obra femenina aumentó del 22,4 al 40,2%.
Las conclusiones de dicha investigaciones recayeron en que para incentivar la participación de la mano de obra femenina sin que disminuya la TFG se deben crear nuevas políticas públicas con beneficios y apoyo del Estado.
Este fenómeno no es nuevo ni propio de nuestro país. Gran parte de los países occidentales, desarrollados y en vías de desarrollo ya lo vivieron e implementaron algunas estrategias para revertir esta situación. Por ejemplo, en España, Francia, Italia, que lideraron las bajas de TGF en Europa, incentivaron a través de políticas de protección económica para que las mujeres quedaran embarazadas, entregando beneficios de estabilidad laboral y cuidados a la hora de concebir descendencia.
“En Chile eso aún no lo tenemos. Han habido intentos teóricos bastante agresivos, como incluso pagarle a las mujeres porque sean madres, pero nunca se ha llegado a hacer un estudio de factibilidad para considerar qué tendrías que ofrecerle, desde el punto de vista social a una mujer, para que estuviera dispuesta a embarazarse”, aclara Cavada. Según reflexiona el epidemiólogo, el desafío del Estado no es sólo motivar a las mujeres fértiles a embarazarse, “sino que también a abandonar la voluntad de no ser madre”.
Otra de las formas que ayudan a mejorar este índice de fecundidad es con la incorporación de población migrante al país. De hecho, las Estadísticas Vitales del INE muestran que el 16,5% de los nacimientos durante el 2020 (32.170 nacidos vivos) correspondió a una madre de origen extranjero. De ellos, un 22,6% fueron de mujeres venezolanas y un 19,1%, de mujeres haitianas. En las regiones de Tarapacá y Antofagasta se encontraron los porcentajes más altos de hijos(as) de madres extranjeras por región, alcanzando 39,2% y 33,5% del total de nacimientos en cada caso.
“Esa es una solución, pero tampoco es de muy largo plazo. Una vez que la inmigración se asume como una medida paliativa de la TGF, ésta automáticamente deja de serlo. La misma segunda generación, los hijos de inmigrantes, ya no van a querer tener tantas guaguas como las que tuvieron sus padres”, grafica Cavada.
El académico de la Escuela de Salud Pública reconoce que en términos bioestadísticos, a las mujeres cada vez les interesa menos tener hijos. Entonces, la clave es que como sociedad nos interesemos en saber cómo revertir ese interés. “Ese es un problema sociodemográfico que se ha pensado mucho, y todavía no hay propuestas claras”, manifiesta.
El académico además explica que este fenómeno puede repercutir en los índices de producción económica. Esto, según cuenta, ocurre porque las poblaciones que se reducen demográficamente se empobrecen al disminuir su fuerza trabajadora.
“Al mundo occidental le ha costado mucho buscar una política que busque el desarrollo íntegro de las mujeres, y que al mismo tiempo mantenga el nivel de maternidad. Porque se hace ver que la maternidad limita su desarrollo pleno”, problematiza Cavada.
Ante esto, el académico manifiesta que revertir esta situación también implica resetear al hombre reproductivo. Culturalmente se tiende a desentender de la paternidad, y aquí la idea es comprometerlo más. “Si una mujer que trabaja y queda embarazada, es necesario protegerle su desarrollo posterior a la maternidad”, concluye el epidemiólogo.
Fuente: latercera.com
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