4 de agosto de 2025
PATAGONIA BAJO EL MAR: CIENTÍFICOS RECONSTRUYEN EL PUZZLE GEOLÓGICO DEL SUR DE CHILE
Distintos fragmentos de corteza terrestre adosados a la Patagonia, la Antártica y Nueva Zelanda podrían compartir un origen común en la vastedad de antiguos océanos.

Geólogos chilenos ofrecieron las primeras evidencias a la teoría de la tectónica de placas en este lado del mundo. Rodrigo López Arce, periodista, nos cuenta sobre el pasado geológico de la Patagonia y las investigaciones que han existido para dilucidar sus orígenes.
A fines de mayo, el L/M Huracán recaló en el Puerto del Hambre con 250 kg de rocas a cuestas. Recogido durante una expedición de 16 días en el archipiélago Madre de Dios (Región de Magallanes), el cargamento iba compuesto de calizas, cherts y basaltos que representarían un antiguo fondo oceánico.
Lo que para cualquiera de nosotros sería una simple colección de piedras, en los ojos del geólogo Juan Pablo Letelier son las valiosas piezas de un puzzle gigante.
“Podrían corresponder a fragmentos tectonoestratigráficos acrecionados al margen de Gondwana durante el Paleozoico tardío – Triásico”, dice en la jerga propia de su profesión, de vuelta en Santiago, en las oficinas del Departamento de Geología de la U. de Chile.
Nuestro protagonista nos explica, ahora en lenguaje común, que las rocas que componen el archipiélago se formaron hace más de 300 millones de años en la inmensidad de antiguos océanos -antes de que el primer dinosaurio apareciera sobre la faz de la Tierra-, y que podría haberse arrimado a nuestro continente tras una secuencia de procesos a escala geológica.
En este contexto, estas rocas serán, ni más ni menos, la materia prima de su proyecto de doctorado, el cual seguirá alimentando un debate científico que se remonta a la segunda mitad del siglo XX.
Tierras que viajan
El archipiélago Madre de Dios es un conjunto de 54 islas ubicadas en la costa occidental de la Región de Magallanes. Toda la vida en estas latitudes, desde los chungungos a los bosques siempreverdes, está adaptada para soportar el clima inclemente, donde llueven 350 días del año y las ráfagas superan con facilidad los 150 km/h. “El paisaje era de una hermosura sobrecogedora, pero implacable”, dice Juan Pablo.
A pesar de las dificultades físicas y logísticas de estos confines, generaciones de científicos se han internado en ellos para esclarecer sus orígenes: varias investigaciones han revelado que las tierras emergidas de la Patagonia, la Antártica y Nueva Zelanda podrían haber tenido un origen común en el super-océano de Panthalassa, a fines del periodo Paleozoico.
Los geólogos Estanislao Godoy, John Davidson, Constantino Mpodozis y Francisco Hervé, académico UNAB y profesor emérito de la U. de Chile, fueron los primeros científicos chilenos, en los años sesenta y setenta, en estudiar la geología de estas regiones australes. Todos ellos fueron influenciados por las teorías movilistas de la primera mitad del siglo pasado.
Hervé, en ese entonces un veinteañero, visitó la Antártica a mediados de los sesenta en el marco de su memoria de título. “Nos dejaron en la Isla Elefante y nos recogieron en una semana”, rememora el académico de la U. Andrés Bello.
Años más tarde, los cuatro geólogos se internaron en los canales patagónicos para extraer muestras de roca desde Madre de Dios, con el apoyo de la Comisión Chilena de Energía Nuclear y de Eugenia Pirzio-Biroli, alcaldesa de Puerto Cisnes y madre de Godoy.
Al comparar las rocas de ambos lugares, estos jóvenes científicos detectaron similitudes que los llevaron a concluir que Sudamérica y el continente helado estuvieron unidos en el pasado.
Mpodozis, en tanto, plantó sus respectivas semillas con dos trabajos de investigación. En 1979 propuso que ciertas rocas del archipiélago Madre de Dios parecían más propias de los fondos oceánicos que de las masas continentales. Y en 1983 sugirió, con gran audacia, que el conjunto de islas pudo haber sido transportado desde el océano hacia “el margen de Gondwana”, es decir, la actual Patagonia insular chilena.
Estos hallazgos ofrecieron las primeras evidencias a la teoría de la tectónica de placas en este lado del mundo, lo cual atrajo a científicos de todo el globo en años posteriores.
Nuevas y viejas generaciones
Aunque la idea de la deriva continental se asocia generalmente a Alfred Wegener, él no fue el primero en presentarla al mundo.
Su germen se encuentra varios siglos antes, cuando el filósofo inglés Francis Bacon, mapa en mano, observó en 1620 las similitudes de las costas de Sudamérica y África a ambos lados del Atlántico. A partir de ahí, varios pensadores ofrecieron sus especulaciones sobre el asunto. En 1666, por ejemplo, Francois Placet sugirió que la separación de América se produjo por el hundimiento de la Atlántida y en 1858, Antonio Snider-Pellegrini propuso que las masas continentales se fracturaron tras un enfriamiento catastrófico de la Tierra.
En 1910, el geólogo norteamericano F. B. Taylor postuló que las colisiones continentales eran capaces de levantar montañas, en lo que se convirtió en el trabajo más fundamentado de la teoría movilista hasta esa fecha.
Por eso, cuando Wegener apareció en escena con su libro Die Entstehung der Kontinente und Ozeane, hace exactos 110 años, la comunidad científica ya había acumulado bastante evidencia en favor de las ideas movilistas, y él mismo plasmó la suya propia en su célebre obra.
Pero había un problema: aunque el científico alemán enumeró una por una las evidencias en favor del movilismo, había sido incapaz de explicar las fuerzas terrestres de ese movimiento. En otras palabras, su teoría de la deriva continental mostraba el qué, pero no el cómo.
Además, el establishment geológico mundial, liderado por los ingleses, no podía permitir que un outsider alemán, y encima meteorólogo, revolucionara la geología en medio de la Gran Guerra.
Su propuesta tardaría más de cincuenta años en cuajar. Después de la segunda guerra mundial, la comunidad geológica y geofísica (en su mayoría norteamericana), validó la propuesta de Wegener en lo que terminó por llamarse tectónica de placas, teoría capital de la geología moderna que explica, de forma razonable, cómo se mueven los continentes y los océanos en la corteza terrestre.
«Siempre les digo a mis alumnos que cuando estudié geología no teníamos idea de la tectónica de placas», dice Hervé en su hogar de Santiago.
A partir de entonces, y tomando este nuevo consenso académico como punto de inicio, científicos primerizos y versados se volcaron a completar el puzzle geológico de la Patagonia, aquel que Hervé, Davidson, Godoy y Mpodozis se animaron a armar.
Los últimos veinte años han sido fértiles en este campo. En 2006, por ejemplo, el geólogo Juan Pablo Lacassie demostró que las rocas de Madre de Dios muestran gran similitud con aquellas de Nueva Zelandia y la Antártica Occidental.
En 2011, el geólogo Fernando Sepúlveda propuso que el archipiélago se formó en el fondo del mar hace unos 233 millones de años. Y en 2016, la geóloga Paula Castillo reforzó la hipótesis de la historia compartida, al proponer que los vínculos terrestres en las tierras australes se remontan al periodo Pérmico, es decir, unos 300 millones de años.
Hace un tiempo, el profesor Hervé planteó que toda la zona costera entre Hornopirén y la Región de Aysén fue, en el pasado, una enorme isla, la cual se unió a nuestro continente hace 400 millones de años.
Este territorio, bautizado como Chaitenia, marca el contexto donde cobran valor las calizas y basaltos extraídos en la expedición de mayo. “Parte de los objetivos del proyecto es establecer si existe una conexión entre las calizas de Madre de Dios y los mármoles del Lago General Carrera, considerando que ambos podrían compartir una historia común”, dice el joven investigador.
El Dr. Hervé complementa: «Nuestra idea es delimitar mejor a Chaitenia. Porque quizás el Lago General Carrera también es exótico».
La expedición del mes de mayo se realizó en el marco del proyecto “Estudio en terreno de calizas Paleozoicas en los archipiélagos magallánicos”, financiado por la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID) y adjudicado al profesor Hervé (U. Andrés Bello).
Y el proyecto de doctorado de Juan Pablo, que se enmarca en este estudio, cuenta con la participación de la Dra. Katja Deckart (U. de Chile), Dr. Fernando Poblete (U. de Chile) y Dr. Mauricio Calderón (U. del Desarrollo).
Los resultados de los análisis de las calizas de Madre de Dios podrían entregar información sobre rocas carbonífero-pérmicas en otras partes del mundo, razón por la cual participan, además, científicos de Argentina, Brasil, Alemania y España.
Fotografia: Créditos: Juan Pablo Letelier (U. de Chile)
Fuente: laderasur.com

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